Juan Oiarzabal. La leyenda sobre el lienzo del Himalaya

por Francisco Javier Zambrana | Deporte, Entrevistas

Por F. J. Zambrana

Bajo cero. Más de treinta grados. La tensión que se respira en el ambiente se contradice con la belleza del paisaje, con la serenidad de la pintura que se extiende sobre el lienzo blanco del Himalaya. El silencio reina en la estampa más especial que un ser humano pueda observar, vacía de todo, repleta de nada. Las cumbres rozan los cielos, tímidamente, sin querer invadir su espacio, ya que, al fin y al cabo, ellas pertenecen a la superficie. Apenas ha amanecido, y el día luce distinto a cualquier parte de nuestro planeta. Una tienda de campaña es abierta de manera repentina, y de ella aparecen los que en las próximas 24 horas estarán destinados a hacer historia. Es entonces cuando el frío se marcha, la tensión se evapora y la serenidad y el silencio se apoderan de la escena. La situación la domina el que escala, el que hoy escribirá sobre el cuaderno en blanco del Everest su leyenda.

La figura de un soñador nato emerge bajo el sol ardiente del lugar helado. Las heridas sufridas durante su carrera profesional no le impiden volver a intentarlo, y, de nuevo, como si la vida no fuera solo una, vuelve a jugársela. Juan Oiarzabal, más conocido como ‘Juanito’, se prepara para atacar a cumbre tras 26 ocasiones.

Las 46 expediciones realizadas le permiten tener seguridad de que alcanzará la cima en más de un 50% de los intentos. A sus 63 años, ha dispuesto del tiempo oportuno como para escalar un total de 14 ochomiles, las montañas de más de 8.000 metros más altas de la Tierra, siendo el primero de los españoles y el tercero del mundo en realizar dicha gesta sin oxígeno artificial.

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Su camino hacia el éxito nunca fue sencillo, de hecho, significó todo lo contrario. Diez dedos de sus pies le fueron amputados en el transcurso de una de las expediciones al K2, montaña de suma dificultad técnica y respetada por todo alpinista profesional. A ello se le unió una embolia pulmonar que le privaría de conseguir su gesta, una soñada por alguien que siempre confió en que la tinta de su bolígrafo para escribir la historia era dorada.

‘‘Es mi pasión, y cada vez que tengo oportunidad, lo hago en la medida de lo posible’’, confirma un sábado de abril mientras presenta su conferencia en el Centro Cultural Villa de Ardales (Málaga). El tema central de esta será recordar su carrera, mostrar a los iniciados en la materia cómo su vida ha significado y significa ascender paso a paso. Pese a haber realizado este acto en varias ocasiones en distintos puntos de la península, la ilusión sigue brillando en sus ojos.

‘‘Cuando se sube por primera vez a un 8000, la sensación es mágica’’

‘‘Cuando se sube por primera vez a un 8000, la sensación es mágica’’, comenta con cierta nostalgia e incapaz de borrar de sus labios una leve sonrisa. La primera ocasión, tal y como recuerda, será en 1985, a sus 29 años, cuando acudirá al Cho Oyu, pico de 8.201 metros de altitud. Una ascensión clásica le servirá para ser reconocido como el octavo ser humano en hacer cima, con el agravante de no haber utilizado oxígeno en ninguno de los puntos.

Su camino no se cortará en aquellos momentos, y, haciendo cierta memoria, con la ayuda de una presentación digital, Juan realiza el recorrido de su vida, otra vez. Múltiples ascensiones entre 1987 y 1992 por rutas alternas, una de ellas de importancia al Nanga Parbat, cambiarán su destino.

Curtido en la materia y ocho años después de haber comenzado con un reto especial, en 1993 ascenderá el Everest, la montaña más elevada del mundo. Antonia Miranda, compañera de expedición, lo acompañará, y la ruta polaca será la elegida, en contra de lo que Oiarzabal había planteado de primera hora. Los patrocinios y la necesidad de alcanzar la cima premiarán por encima del estilo. ‘‘Aquella fue la única ocasión en la que he utilizado oxígeno’’, recuerda con rabia, no por saltarse su ética, sino por la circunstancia. ‘‘Antonia resbaló mientras descendíamos y murió. En el mundo de los ochomiles, desgraciadamente, las muertes son muy comunes’’. La dificultad técnica de este tipo de ascensiones y el depender exclusivamente del estado en el que se encuentre el hielo hacen de ellas un juego de azar en instantes de dificultad añadida. ‘‘Yo he llegado a perder hasta ocho amigos y amigas directos’’, destaca mientras un silencio recorre la sala.

Un período de transición llegará a su vida en la década de los 90, cuando buscará sin mirar atrás alcanzar el hito de los 14. En el año 1999, en su primera expedición con el grupo del programa Al Filo de lo Imposible, dirigido por Sebastián Álvaro, hará cima en el Annapurna (8.091 metros) por la ruta alemana y completará la hazaña. ‘‘Desde ese momento, comenzaré a formar parte del programa, e intentaremos subir el Everest sin oxígeno’’, puntualiza ‘Juanito’. La fortuna no estará con ellos en aquella expedición, y se quedarán tan solo a metros de alcanzar la cima. ‘‘En 2001 volveríamos y conseguiría oficialmente los 14 ochomiles sin oxígeno tras escalar el Everest’’, destaca con orgullo al recordarlo.

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Su momento más duro llegará en la última de las cimas en el K2, en julio de 2004, cuando, junto a Edurne Pasabán, alpinista española, un inadecuado descenso les costaría rehacer de nuevo la vida. La ascensión por el Espolón de los Abruzzos fue correcta, pero la vuelta pudo terminar en tragedia. ‘‘Me desorienté y perdí de vista el Campo 4. Pasé la noche a la intemperie’’, narra con una imagen de fondo que muestra todas sus expediciones, sus récords, su vida en números. ‘‘Edurne llegó al campo, pero perdió algunos de los dedos. Yo, a causa de la congelación, los perdí todos. Por suerte, solo estaba a metros de las tiendas y pudieron encontrarme’’.

El aire que baña la sala es distinto al que había antes de comenzar. Juan continúa, como si de algo cotidiano se tratase, ampliando su leyenda. Y ahora llega la parte más dura de todas. Tras haberse planteado de manera definitiva poder ascender los 14 ochomiles por segunda vez, algo nunca visto, haber coronado en 2008 el Makalu (8.465 metros), en 2009 en Kangchenjunga (8.586 metros), y nuevamente el Annapurna en 2009, se lanza al 2011 con la ilusión de seguir su camino. Conseguirá acabar el Lhotse (8.516 metros) y el Manaslu (8.163 metros), pero de camino a lo más alto del Dhaulagiri (8.167 metros), una cima ya escalada en 1998, el pulmón dirá basta.

En su historial profesional, ese fue su último intento. Dos trombos en los pulmones pusieron límites a sus sueños. ‘‘Fue grave, pero, por suerte, me cogieron a tiempo’’, añade. ‘‘Hoy, parte del pulmón está afectado, y no sé si podré continuar con este proyecto”.

La idea es retomar el año que viene, y como muy pronto en otoño, pero nada es seguro’’, destaca con desánimo cuando recuerda el trágico episodio. ‘‘Probablemente, las cuatro cimas que me restan las haré con botellas de oxígeno, porque si quiero subir y retomar el proyecto, necesitaré cierta ayuda’’.

Su rostro se ilumina en el momento en que piensa que podrá volver ocho años más tarde. Confía en que será una realidad, nada más alejado de lo que ha sido su carrera profesional. Volver a repetir una hazaña que pocas personas han conseguido es realmente desafiar los límites. ‘‘Creo que tendrán que pasar muchos años para que algún iluminado como yo se le ocurra hacer algo así’’, comenta entre risas del público y alguna suya. ‘‘Esto del alpinismo es muy complicado, y necesitas suerte’’. La que él ha tenido.

Después de haber accedido a los lugares más insólitos, el público se marcha del lugar, satisfecho. Sobre cero, con el termómetro marcando algo más de 15 grados, la lluvia cae sobre el pequeño pueblo del Caminito del Rey. Málaga queda al fondo, con la arena de la playa brillando bajo el sol que suele lucir durante todo el año. Oiarzabal abandona la sala principal y, con nervios, divaga por el interior del centro. Tal vez, sigue recordando lo que ha sido para él su vida, sus aspiraciones, sus triunfos. Tal vez, continúa creyendo en sí mismo, como el primer día, pese a los múltiples golpes recibidos. Tal vez, respirando, sintiendo, viviendo la montaña, esté donde esté. Y lo más importante, contagiando de sueños a quien a su lado permanezca.

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¿Es igualmente digno de alabar el hecho de subir una montaña con una expedición comercial que hacerlo al estilo clásico? ¿Se reconoce de la misma forma por parte de los profesionales?
‘‘No todo el mundo es igual. Siempre nos fijamos en el Everest, y ahora hay que fijarse en más montañas, porque desgraciadamente ahora vamos hacia atrás. En el Himalaya ahora vamos hacia atrás. Cuando yo hice mi primer ochomil en el año 85, a mí ni se me pasaba por la cabeza utilizar oxígeno. Vaya, ni comentarlo, ni hablarlo, ni siquiera pensarlo. Todo esto ha cambiado, y lo ha hecho a peor. En los años 70 y 80, aquellas expediciones yugoslavas, polacas, los rusos, que eran verdaderamente innovadores y estaban por encima del alpinismo, hacían grandes cosas.

Hoy, para ir al Everest de la forma en la que se hace, no se debe dar dinero público. Otra cosa es que yo sea colega tuyo y te dé 50.000 euros. Sin embargo, ir a pedir dinero para subir el Everest por la ruta clásica y de la forma que estamos acostumbrados a verlo, que no ha sido mi caso, pues no tiene mucho sentido. Es verdad que todo el mundo se fija en esta montaña por lo que está ocurriendo, pero el Everest no es sinónimo de que todas las montañas se hagan de la misma forma’’.

Acerca de las nuevas tendencias en el alpinismo, ¿es una innovación el hecho de que Alex Txikon haya utilizado el método de los iglús para conseguir una temperatura de 0 grados?
‘‘Eso ya estaba desde muchísimo antes. Los inuits ya los hacían. Es una técnica que ya se hacía y a él se le ha ocurrido la brillante idea de ir allá y hacer unos iglús para que en temporada invernal la temperatura a la hora de dormir sea más cálida, y sobre todo para que no se produzca condensación. Yo también he estado en invierno en la montaña y la condensación que se forma dentro de las tiendas es una pasada. Ellos tuvieron esa idea, pero no creo que sea innovador ni nada de ello, pues cuando he estado en un 8000 en invierno lo he hecho en tiendas normales y corrientes, y teníamos unas estufas en Pakistán, en el Broad Peak’’.

Al hilo de esta expedición sobre la que preguntamos, ¿es ético en el alpinismo seguir a toda costa hacia la cima o, en el caso último de Txikon en el K2, darse la vuelta para socorrer a dos personas con pocas probabilidades de supervivencia?
‘‘Esos valores no corresponden a la ética del alpinismo ni mucho menos. La ética del alpinismo es para mí otra cosa. Una cosa es ser solidario y otra es que tú entiendas y creas necesario que tienes que ir a buscarles o hacer un reconocimiento, o echar un cable o hacer una ayuda. En este caso, efectivamente, después de unos días, el aguantar allí en una situación invernal, con mal tiempo y mucha nieve es lo más lógico que no se sobreviva.

Pero no solo ha sido Alex, sino que se ha hecho en otras montañas y otras personas. En el intento de rescate de Juanjo Garra, que desgraciadamente estaba con Lolo, Alex Txikon intentó hacer, en la medida de lo posible, lo máximo, pero no se pudo conseguir nada.

Esto lo puede hacer Alex Txikon o cualquiera de nosotros. Hay que encontrarse en el momento, y yo, personalmente, nunca he tenido esa experiencia ni me he encontrado con ello. No se trata de una ética, sino de ser solidario, sino de echar una mano a unos compañeros para ver dónde podrían encontrarse’’.

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¿Qué opinión le merece Carlos Soria, quien a sus 80 años desea completar los 14 ochomiles? ¿Y Súper Paco, el malagueño que realiza carreras de resistencia?
‘‘Tengo opiniones encontradas en cuanto a Carlos. En primer lugar, creo que es una gesta de superación la que realmente tiene Carlos Soria. Le conozco y muy bien, ya que he compartido con él infinidad de momentos en infinidad de expediciones. Lo que pretende y lo que quiere hacer es algo digno de señalar, porque una persona ahora con 80 años con esa capacidad de aguante que tiene que tener una persona mayor en un campamento base en condiciones extremas es para quitarse el sombrero y decir: ‘Hostias, este hombre sabe lo que quiere’.

Sin embargo, alguien que ha ido nueve, y ahora la décima, al Dhaulagiri, evidentemente, por su cabeza tienen que pasar muchas cosas. Es un hombre muy tenaz y tiene mucha ilusión, ambición y cabeza para subirlo, pero ir con 80 años 10 veces, creo que ya está bien. Tiene que dejar paso, porque ya no estamos para andar haciendo expediciones de la naturaleza que él hace. Me merece todos los respetos, en cualquier caso.

En el caso de Paco, pues también. Es diferente, ya que no tiene nada que ver una disciplina con la otra, pero, desde luego, la tenacidad que tiene que tener es inmensa. Merecen respeto, pero creo que Carlos Soria debería olvidarse de completar los 14 ochomiles’’.

¿A quién debe dejar paso Carlos Soria y su generación? ¿A jóvenes que están innovando y desafiando los límites?
‘‘El problema es que en el Himalaya, en montañas de 8000 metros y en sietemiles, por parte de gente de España, está absolutamente todo hecho. Por lo tanto, lo que hay que valorar es a aquellas personas que económicamente no tengan el sustento. Hay que apoyar a esas personas con fondos siempre que vayan a hacer algo distinto, porque financiar una expedición en Euskadi, de donde yo vengo, para hacer un chollo, pues no lo veo adecuado. Creo que eso no es dejar paso a los que vienen detrás, porque ellos tienen que hacer cosas nuevas, distintas y creativas’’.

FOTOGRAFÍAS: F. J. Zambrana y J. Oiarzabal

DISEÑO y MAQUETACIÓN: GraZie Magazine

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Francisco Javier Zambrana

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