El Valor del Tiempo
Por Ángel Gutiérrez Sanz
(Reflexión para un año que acabó y otro que empieza)
Volverán nuevas auroras y atardeceres, pero los que ya pasaron, no regresarán jamás, perdidos quedarán para siempre.
Cuando se aproxima el relevo del nuevo calendario, me recorre por dentro algo así como un escalofrío. Siento nostalgia de los días y los meses que se fueron para siempre y que no tendrán ya vuelta atrás. Volverán nuevas auroras y atardeceres, pero los que ya pasaron, no regresarán jamás, perdidos quedarán para siempre. Podré abrir otros surcos, pero aquellos que por pereza no roturé, en barbecho quedaron. No es ya solo la añoranza del tiempo desaprovechado, es también la incertidumbre del futuro preñado de esperanzas y de miedos, lo que me desasosiega. Siempre me he sentido fascinado por los misterios del tiempo en los que de alguna manera anda enredado nuestro proceloso existir, seguramente por ello, yo me tomo muy en serio todo lo relacionado con el tiempo, de modo que cuando llegan las fechas de final y comienzo de Año me gusta hacer balance, quedarme a solas y reflexionar sobre las deudas que tengo que saldar conmigo mismo.
La gente podrá pensar lo que quiera, pero el pasado está ahí.
Se trata de una terapia que desde tiempos inmemoriales vienen recomendado filósofos y maestros de todas las culturas, aunque hoy lo que se lleva es disfrutar del momento presente y dejarse de más historias. El pretérito pasado queda, es agua que ya no mueve molinos y el futuro es algo que todavía no ha llagado y puede que nunca llegue para mí; por tanto lo mejor es vivir despreocupados y desentendernos tanto del pasado como del futuro. Sutil falacia, sin duda, como lo era aquella argucia ideada por Epicuro para demostrar que la muerte no nos afecta para nada, ya que mientras estemos vivos ella no estará y cuando ella esté, nosotros ya nos habremos ido. La gente podrá pensar lo que quiera, pero el pasado está ahí, es la obra que vamos dejando hecha, en cierta manera es el que nos define lo que somos y el mañana es un presente en forma proyecto que ya hemos comenzado a preparar y darle forma. Diríamos que la distinción de pasado, presente y futuro está impregnada de subjetividad. A eso parece conducirnos la teoría de la relatividad, según la cual, lo que para mí es presente es pasado para otro observador y habrá alguien para quien todavía no haya sucedido; todo dependería de las velocidades con las que cada observador se mueva. Como sucede en los coches conviene que nos sirvamos de un retrovisor para saber lo que tenemos detrás, igual que necesitamos la luna delantera para prevenir lo que nos espera.
Como sucede en los coches conviene que nos sirvamos de un retrovisor para saber lo que tenemos detrás, igual que necesitamos la luna delantera para prevenir lo que nos espera.
El tiempo, sin duda es algo más que “ el presentismo” al que nuestra cultura posmoderna pretende reducirlo. No reparamos en que el instante actual, lejos de ser algo estático, se resuelve en puro dinamismo fugaz que, desde el momento que comienza a ser, ya es ido; por consiguiente refractario a la razón estática y paralizante, de aquí, que en opinión común entre los filósofos, el presente no viene a ser otra cosa más que la suma de lo inmediatamente anterior y lo posterior. En su trascendental obra “Ser y tiempo” el famoso filósofo alemán Heidegger no pudo ser más explicito: La temporalidad, nos viene a decir, es una unidad en la cual el pasado, el presente y el futuro no son momentos diferentes, sino que se encuentran como determinaciones esencialmente entrelazados. Así de fugitivo es el tiempo que no se deja atrapar por nada ni por nadie, mucho más en la época que nos ha tocado vivir caracterizada por la velocidad y por las prisas. Todo trascurre raudo y veloz como un relámpago. Pasan las horas, pasan los días, pasan los meses, pasan los años y cuando nos hemos hecho mayores, echamos la vista atrás y nos vemos jugando en la calle a las canicas con los amigos de la infancia; de esto han pasado sesenta, setenta años y nos parce que fue ayer. Que razón tenían los cásicos al decir: “Tempus fugit, tempus inexorabile volat”, aunque nosotros no seamos plenamente conscientes de esta realidad.
Cuando nos hemos hecho mayores, echamos la vista atrás y nos vemos jugando en la calle a las canicas con los amigos de la infancia
Cuando en estos días nos dispongamos a actualizar nuestras agendas, nos encontraremos con que muchos de nuestros contactos ya no están con nosotros y con enorme tristeza nos vemos obligados a descatalogarlos. Ya no podremos quedar con ellos para darnos un abrazo, ni volver a tomar un café juntos, ni comunicarnos con ellos podremos a través del teléfono o el correo, ni hacernos presentes a través del whatsapp, ese tiempo ya pasó y tal vez nos lamentemos de que en su momento no les dedicáramos alguna de las muchas horas desperdiciadas o no les reserváramos una centésima parte de nuestro tiempo malgastado.
El tiempo es mucho más valioso que el oro fino, su valor es tan elevado que no hay dinero en el mundo para alargar ni siquiera un minuto la vida que haya tocado a su fin.
La cultura del ocio tan en boga hoy día, está dando lugar a malos entendidos. Una cosa es hacer lo que se quiere hacer, sin imposiciones de ninguna clase y otra muy distinta es instalarse en la modorra y dedicarse a no hacer nada. Hay personas cuya máxima aspiración es jubilarse para estar ociosos e ir dejando pasar el tiempo sin pena ni gloria, sumidos en un insoportable aburrimiento, ajenos a que están dilapidando el más preciado tesoro que un ser humano pueda poseer. Siempre que tengo ocasión, saco a colación lo bueno que sería que la administración se tomara en serio, educar a los trabajadores para cuando llegue el momento de la jubilación se sintieran útiles e igualmente resultaría recomendable enseñar a envejecer a las personas mayores. Es de todo punto necesario ayudar a unos y a otros a tomar conciencia de que el tiempo es mucho más valioso que el oro fino, su valor es tan elevado que no hay dinero en el mundo para alargar ni siquiera un minuto la vida que haya tocado a su fin. Bien podemos decir que cuando se acaba el tiempo todo lo demás nos sobra, por eso la práctica de “matar el tiempo” a mi me parece una transgresión desnaturalizada, merecedora de estar incluida en la lista de los pecados capitales junto con la envidia o la pereza.
Qué no hubiera dado Mozart por un mes más de vida para acabar su “Requiem” o Gaudí para dejar totalmente delineado su proyecto de la Sagrada Familia.
Una vez que llegamos a la conclusión de que el tiempo es un elemento indispensable en nuestra vida y que sin él, todo lo demás sobra, es cuando estamos en disposición de entender a aquellos hombres y mujeres, cuya aspiración máxima fue disponer del tiempo suficiente para rematar su obra. Qué no hubiera dado Mozart por un mes más de vida para acabar su “Requiem” o Gaudí para dejar totalmente delineado su proyecto de la Sagrada Familia. Esta pasión por el tiempo fue la que mantuvo en vilo al prodigioso novelista, Nikos Kazantzakis, un avaro del tiempo, quien siendo ya mayor se debatía en la angustia de pensar que su final podía llegar antes de rematar su obra y se expresaba de esta manera: “El tiempo ha llegado a ser para mí el bien supremo. Cuando veo a los hombres pasearse, vagar o malgastar el tiempo en discusiones vanas, me dan deseos de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo: Dadme una limosna, buenas personas; dadme un poco del tiempo que perdéis, una hora, dos horas, lo que queráis.”
Avaro del tiempo fue también Gregorio Marañón a quien le gustaba llamarse “trapero del tiempo” aconsejando encarecidamente a los demás, que lo fueran también, para que ni un minuto siquiera fuera a parar a esa gigantesca montaña de tiempo desperdiciado por los humanos, El doctor Marañón estaba convencido de que era de todo punto necesario aprender a estirar cada hora del día y ser cuidadosamente celosos para no dejar escapar ningún girón de nuestro tiempo. “El día no tiene horas tiene minutos», decía. “Es preciso aprovechar las piltrafas del tiempo, con las cuales se pueden llenar mil necesidades”. Acertadísimo y oportuno es el consejo de este eminente doctor, porque en ello está la clave para lograr una vida plenamente satisfecha, de modo que al final, cuando todo haya pasado y a la espera de que baje el telón, cada cual pueda decir con Paul Claudel: “¡Acabé mi jornada! He sembrado el trigo y lo he recogido y de este pan que he hecho han comulgado mis hijos o mis amigos. Ahora he acabado. ¡Vivo en el quicio de la muerte y una alegría inexplicable me embriaga!”
¡Feliz Año Nuevo a todos!
#SiempreGraZie
Sobre la autoría

VIDA Y OBRA DE ÁNGEL GUTIÉRREZ SANZ
Ángel Gutiérrez Sanz nace en Alaraz (Salamanca) 20 de Julio (1939) en el seno de una familia cristiana, donde se tenía aprecio por la cultura. Fue el más pequeño de una familia numerosa, integrada por siete hermanos. Aquí aprendería las primeras letras. Apenas cumplidos los 11 años, abandona su pueblo natal con destino al internado que los PP. Dominicos tenían en La Mejorada, provincia de Valladolid, luego vendrían otros internados en la provincia de Segovia, Toledo y Ávila, por lo que solo pudo disfrutar del calor de familia en las vacaciones estivales. A los 12 años murió su padre y a los 23, aún sin haber concluido su carrera de filosofía en Madrid, murió su madre, por lo que se vio obligado a trabajar para costearse sus estudios de Filosofía, graduándose finalmente en Madrid por la Universidad Complutense, el año 1964.
Una vez licenciado en Filosofía y Letras y con los estudios completos de Teología, se puso a trabajar como profesor en colegios privados de Madrid. Posteriormente obtendría el grado de doctor por la misma universidad Complutense de Madrid, pero antes de que esto sucediera, fue llamado a filas y tuvo que cumplir su servicio militar, lo que supondría para él un grave contratiempo, al ver truncada su carrera y su vida profesional apenas iniciada. Una vez cumplidas sus obligaciones con la Patria, fue admitido en el mismo colegio que estaba trabajando y la vida volvería a recobrar su ritmo.
En el año 1967 se casaría con la pedagoga Francisca Abad Martín, fijando su residencia en Madrid.
A partir de este momento, Gutiérrez Sanz vivió entregado a la vida familiar, que supo conjugar perfectamente con su profesión de docente y también con sus estudios, porque en los primeros años de matrimonio, Ángel Gutiérrez estaba ocupado en preparar sus oposiciones, para obtener una plaza como profesor numerario de filosofía, a la vez que trataba de concluir su tesis doctoral. Fueron años difíciles, en que tuvo que trabajar duro y sin tregua, para conseguir lo que consiguió. Cierto que a su lado tuvo siempre a una amiga y colaboradora, que siendo ya madre, no solo supo hacer frente a las circunstancias, manteniendo intacta durante cinco años la licencia por estudios, concedida por el Ministerio de Educación, para que pudiera cursar la carrera de Pedagogía, sino que logró que los ojos de su marido pudieran contemplar la realidad con el verde de la esperanza.
Pasados estos primeros años de matrimonio, la situación fue mejorando. La tesis doctoral que llevaría por título "La Ética en Baltasar Gracián" llegó a feliz término, mereciendo la máxima calificación de "Sobresaliente cum laude", siendo publicada posteriormente. Y sobre todo la obtención de una plaza como profesor titular de filosofía y luego como catedrático de esta misma asignatura, iba a suponer que Gutiérrez Sanz pudiera dedicarse a su pasión de escribir.
En su dilatada vida docente en la enseñanza publica, ha desempeñando diversos cargos directivos, pero ello no ha sido obstáculo para seguir trabajando en el campo de la investigación. Su compromiso al servicio de la cultura ha quedado patente, tanto en las aulas como fuera de ellas, bien como conferenciante en diversos foros, en el Ateneo de Madrid por ejemplo, así como en colaboración con diversos medios de comunicación social, a través de revistas filosófico-teológicas, históricas. educativas o de pensamiento.
Digno de reseñar es que, siendo catedrático y jefe del Seminario de Filosofía del Instituto Miguel Servet de Madrid y en colaboración con un equipo de profesores de este mismo seminario, obtuvo el Primer Premio Nacional del Segundo Concurso de Prensa sobre artículos, en la modalidad de reportajes sobre Pedagogía, convocado por la Fundación Santa María (S.M.).
En el año 1904, Ediciones TAU saca a la luz su primer libro titulado " Aspectos de una sociedad en crisis", en donde el autor apunta las directrices por donde habría de discurrir su pensamiento.
A partir de entonces su vocación como escritor fue haciéndose más determinante, hasta el momento de su jubilación.
MÁS INFORMACIÓN EN: https://blogculturalgutierrezsanzangel.blogspot.com/p/sobre-mi_10.html