«Vivir la Vida»

Ha llegado a ser el lema de nuestro tiempo.

  Ángel Gutiérrez Sanz

El afán de superación del ser humano ha sido una constate en el trascurrir de la historia, en base a ello se han ido fijando metas orientadas a la consecución de nobles ideales, presididos por la Verdad, el Bien y la Belleza. Cada época histórica ha quedado sellada con una impronta que le define como tal. El periodo clásico Greco-Romano estuvo marcado por la búsqueda de la Verdad, la Edad Media por el Bien y a partir del Renacimiento asistimos a un proceso progresivo de apertura a la Belleza, que adquiere el mismo rango que la sabiduría. Verdad, Bien, Belleza, como trascendentales, que son del “Ser” han estado siempre ahí para dar sentido a la vida de los hombres y mujeres, así hasta que llegaron los nuevos tiempos actuales en que se rompe con el pasado y los planteamientos son ya completamente diferentes; como dijera Marshall Berman: “Con la llegada de la posmodernidad todo lo sólido se desvanece en el aire”  

Vivir la Vida

El cambio producido no ha sido por exigencias de una nueva alternativa cultural que viniera apretando y pidiendo paso, sino porque se tomó la decisión de prescindir de todo lo anterior, haciendo borrón y cuenta nueva, para comenzar desde el principio como si nada hubiera sucedido. Simple y llanamente se metió la piqueta y de lo anterior no quedó títere con cabeza. Algo así, como quemar las naves sin tener otras de repuesto. Todos sabemos que el demoler es bastante más fácil que construir y lo que costó muchos siglos en consolidarse pudo ser barrido en cuestión de décadas

Hasta tal punto esto es así, que todos los absolutos pasaron a ser, peyorativamente considerados, abstracciones metafísicas irreales, por no decir, pura fabulación de tiempos pasados, “sine fundamento in re”. El escenario en que actualmente nos encontramos, ha quedado bien descrito por nuestros mejores intérpretes, quienes nos aseguran que vivimos en un mundo virtual, en el que la realidad ha sido sustituida por las representaciones y los sentimientos. “La “posmodernidad,” la era que nos ha tocado vivir, es conocida también como “la posverdad” y con esto está dicho todo. Lyotard la identifica con “la provisionalidad”, Vattimo con “el pensamiento débil, Derrida con “la desconstrucción”, Bataille con el “pensamiento cansado”, Bauman con “el pensamiento líquido” y Lipovetski  la califica como “La era del Vacío”, donde “todo vale” que es tanto como decir que “nada vale”, porque cuando se dice que “todo vale” es porque hemos hecho desaparecer los límites fronterizos que separan lo objetivamente valioso de lo que no lo es.

Después de haber desertado de la razón y de las realidades metafísicas que les eran connaturales, ya solo nos quedaban dos salidas posibles: una la del existencialismo nihilista y desesperanzado, que se perdía por los caminos del absurdo, en que nada tiene sentido y la otra, por paradójico que parezca, era encontrar sentido a la vida en ese presunto “sin-sentido” y tratar de vivir gozosamente nuestra contradictoria libertad, sin ningún tipo de cortapisas. Precisamente ésta habría de ser la última razón por la que se echó por la borda la objetividad de estos tres supremos valores metafísicos, quedando a expensas de la subjetividad de los hombres, quienes a partir de este momento pasarían a ser sus creadores, convirtiéndose así en “la medida de todas las cosas”. Una vez conseguido ser dueños y señores, sin estar sometidos a nada ni a nadie es cuando podían considerarse absolutamente libres para pensar, hacer y ser lo que les viniera en gana, tal como pronosticaran Dostoyevski y Sartre, al decir: Muerto Dios, fundamento de toda realidad y orden, todo estaría ya permitido y esto es precisamente lo que ha sucedido. De estar sometidos a la los deberes y preceptos trascendentales, se pasó a «prohibir toda prohibición que nos viniera impuesta», para quedarnos a expensas de un libertarismo tóxico.

Vivir la vida

A partir de entonces la Verdad Absoluta y Omnímoda, ésa que se impone a todos y en   cualquier circunstancia, comenzaría a ser vista  como el enemigo público número uno a batir, porque si tal verdad existiera, entonces el acomodarse a ella sería una exigencia de todo punto necesaria y ya no podríamos pensar, ni discernir, ni legislar, ni colorear la realidad como a  cada cual le  viniera en gana; de modo que se decidió  prescindir de ella,  sin reparar siquiera que con esta argucia nos estábamos haciendo trampas a nosotros mismos.

Partiendo de esta situación artificialmente creada, de lo que se trataba era de aprender a ser incondicionalmente libres, en medio de un vacío sobrecogedor.  El lema para nuestro mundo habrá de ser a partir de ahora éste: “Vive la vida y deja vivir”, que se traduce por sacar todo el jugo posible al momento presente y no dejar para otro día lo que pueda disfrutarse hoy. Nada de trascendentalismos, nada de previsiones, nada de ahorros, nada de guardar para mañana y sobre todo no desaprovechar la ocasión que se nos ponga a tiro, pues con vivir el día a día es ya suficiente.

Si importante es vivir la vida a tope, lo es tanto o más, dejar en paz a los demás, permitiéndoles disponer alegremente de su propia vida y esto por pura razón de conveniencia personal, tal como corresponde al individualismo egoísta, característico de los hombres de nuestro tiempo. Para que nadie me moleste a mí, tengo yo que comenzar por no molestar a nadie. No metiéndome yo en la vida de los demás, tengo asegurado que los otros tampoco se entrometan en mis asuntos y “acaben haciéndome la pascua”. De este modo tan práctico y expeditivo la convivencia queda garantizada.  Sin duda que otra consigna de vida como por ejemplo: “Vive y ayuda a vivir a los demás” hubiera resultado ser más altruista y solidaria, pero ya implicaría un serio compromiso y esto no va con los nuevos tiempos.

Vivir la vida

Está claro que la nuestra es la época del pensamiento débil, con carencias metafísicas, sin bases sólidas, que puedan servir como puntos de referencia, y sin creencias religiosas arraigadas; como dice Gille Lipovetski, de: “ Todos los grandes valores y finalidades que organizaron las épocas pasadas se encuentran progresivamente vaciadas de sustancias”. Como consecuencia de esta desertización han desaparecido los principios universales, las profundas convicciones, y el hombre se ha visto empobrecido, quedando reducido a su dimensión puramente biológica, que solo le permite aspirar a un tipo de bienestar materialista, canalla y ramplón, consistente en la satisfacción de los instintos más elementales y primitivos. Lo curioso del caso es que aquí casi nadie siente ningún tipo de nostalgia por todo lo perdido, ni parece echar de menos todo lo que le falta. Digamos que nuestro mundo se siente a gusto y complacido tal como nos lo recuerda el citado autor: “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo, esta es la alegre novedad”.  Así es, el hombre de hoy no tiene ningún cargo de conciencia y se siente gozosamente resignado con lo que tiene, sin ningún tipo de nostalgia por haber tenido que renunciar a los sueños del espíritu.

 Al final “vivir la vida” a salto de mata sin más, puede resultar ser un ejercicio sin mayores complicaciones, pero también sin otras compensaciones que no sean las de ir tirando como buenamente se pueda, hasta que el cuerpo aguante. Es como el pasajero que emprende un viaje sin destino sin saber “por qué” ni “para qué” con el solo propósito de ir disfrutando de cuanto encuentra en el camino, pero sabiendo muy bien que después de la última curva no va a vislumbrar meta alguna que suponga un dichoso colofón a su aventura. Nada de esto parece preocupar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo quienes al ver llegar el final de su periplo, se dan por satisfechos de poder decir serenamente que nadie sino ellos mismos fueron los dueño de su propio destino y en el momento en que todo haya pasado, solo aspiran a que “la tierra les sea leve”

#SiempreGraZie


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Sobre la autoría

Ángel Gutiérrez Sanz

Ángel Gutiérrez Sanz

Entre otros estudios se graduó en Filosofía obteniendo posteriormente el grado de Doctor en esta misma disciplina por la Universidad Complutense de Madrid, con la máxima calificación de “Sobresaliente cum laude”. Catedrático de esta misma asignatura, ha simultaneado la docencia con cargos directivos y trabajos de investigación, fruto de los cuales han sido la publicación de varios libros y numerosos artículos. Actualmente jubilado, sigue comprometido con el mundo de la cultura a través de publicaciones en relevantes medios de comunicación e impartiendo conferencias en foros de interés cultural, como puede ser el Ateneo de Madrid. Su próxima obra en la que lleva trabajando bastante tiempo será “El Humanismo cristiano en el contexto de una Antropología General".

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