Con GODSPELL, Antonio Banderas pone el foco en lo importante
Antonio Banderas apuesta por Godspell: valores, comunidad y jóvenes en escena
por Custodia Ponce
Fotografia: Bernabé G-H-D
No sé si nos damos cuenta del todo, pero hay días en los que una entra en un teatro a cubrir una presentación y sale con la sensación de que le han hablado a ella, no al público. A mí me pasó con Godspell en el Teatro del Soho.
En Málaga pasan estas cosas: entras en el Soho para oír hablar de un estreno y, sin darte cuenta, te están hablando de educación, de jóvenes y de cómo nos tratamos. Eso me ocurrió con Godspell y me encantó.
Paremos un momento. En Málaga ocurren estas cosas: entras al Teatro del Soho por un estreno y, sin avisar, te están hablando de educación, de jóvenes y de cómo nos tratamos. Con Godspell me pasó así: no era solo teatro; era una invitación a cuidar lo importante. Y detrás, la decisión sencilla y valiente de Antonio Banderas: dar escenario, tiempo y respeto al talento joven.
Por eso salí pensando menos en el brillo del estreno y más en quienes ensayan en silencio, en los que aún no salen en televisión, y en la forma en que Banderas —cercano, humilde— los pone en el centro
Porque lo dijo muy claro: en España todavía hay un tirón enorme hacia «los espectáculos que presentan a estrellas conocidas, básicamente de la televisión», y además «da igual de qué tipo de programa». Y añadió algo que a mí me dolió —porque es verdad—: «Es muy injusto, porque hay mucho talento que no sale en televisión. Mucho.»

Ahí se me encendió la alerta al llevar esta comunicación, pero también la de mujer que cree en la cultura: esto no va solo de un estreno de temporada, va de una forma de mirar a los jóvenes.
Antonio siguió desarrollando la idea. Contó que, en las audiciones del Soho, «nos hemos encontrado con un material humano increíble. Increíble. Yo podría haber hecho, probablemente, cuatro A Chorus Line… y podría, a lo mejor, hacer tres o cuatro Godspell. Pero tratamos de traer a lo mejor de lo mejor. Ese es el objetivo que tenemos en el Soho, en esa búsqueda de la excelencia. Y en eso lo echamos todo. Todo.»
Ese «lo echamos todo» no sonó a frase hecha. Sonó a compromiso. A mí, al menos, me lo pareció. Porque lo que estaba diciendo es: si no les damos escenario a estos jóvenes, ¿quién se lo va a dar? Si el teatro de ciudad no abre su puerta a los que vienen con talento pero sin foco, la pantalla lo devolverá todo al mismo lugar: a la celebridad inmediata.
Y entonces llegó la parte que más conecta con nuestra línea en GraZie: explicó por qué apuesta por títulos que hablan de valores. Dijo que el mensaje de Godspell, «en toda su simpleza, es muy profundo». Que sigue hablando de amor al prójimo, de amar al otro como a ti mismo, del perdón, de la calidad, de la humildad. Y reconoció que hoy vemos todo eso como algo “ñoño”, porque vivimos en un mundo tan duro que «si no te comportas de determinada manera, es que eres tonto… hemos llegado a considerar estúpidos a aquellos que no han sabido hacer las cosas como hay que hacerlas».

Yo, que escucho a muchos jóvenes, pensé: esto es exactamente lo que no les estamos contando. Les pedimos que produzcan contenido, que hagan ruido, que salgan en el minuto viral… pero no les decimos que, cuando te sientas en un teatro, hay premio. Que cuando lees una novela, cuando hueles el papel, hay premio. Que cuando ves a un grupo de personas contar una historia a otro grupo de personas, eso no lo reemplaza ninguna tecnología. Eso lo dijo él también: que el teatro ofrece lo que le pasa a un grupo de gente a otro grupo de gente, y que eso no lo sustituye ninguna pantalla. Y tenía razón.
Ahí es donde, para mí, se vuelve atemporal. Porque él lo dijo «no como cristiano», sino «como ciudadano raso»: que este mensaje sigue teniendo fuerza, que no lo hemos terminado de aprender y que por eso lo vuelve a poner en un escenario.
Y lo hace, además, desde Málaga y para Málaga primero. Godspell se va a poder disfrutar en el Teatro del Soho CaixaBank hasta el 11 de enero de 2026, con funciones pensadas para que la gente pueda asistir entre semana o en fin de semana, para que acudan familias, colegios, jóvenes que estudian artes… Y después viajará a Madrid, al Gran Teatro Pavón.
Yo no puedo (ni quiero) contar esto solo como una crónica. Quiero contarlo como un ejemplo de responsabilidad cultural. Porque cuando alguien con su trayectoria dice: «es muy injusto, porque hay mucho talento que no sale en televisión», nos está lanzando una pregunta: ¿y tú, medio, qué vas a hacer con ese talento? ¿Le vas a dar página? ¿Le vas a dar voz?

También nos estaba diciendo otra cosa: que no tengamos miedo a ir contracorriente. Que se puede estrenar un musical que habla de amor, perdón, humildad, comunidad en un momento en el que parece que solo funcionan los formatos de ruido. Que se puede seguir apostando por lo que nos hace mejores personas. Y eso, en un tiempo de más déficit de atención, más ansiedad y más jóvenes perdidos, es casi una declaración de amor al teatro.
Por eso esta historia la dejo así, sin fecha. Para que sirva dentro de un año. Para cuando otro joven actor se pregunte si vale la pena seguir. Para cuando una profesora busque argumentos para llevar a su aula al Soho. Para cuando alguien dude de si la cultura todavía tiene fuerza.
Sí la tiene. La tiene cuando hay artistas que dicen la verdad. La tiene cuando hay teatros que «lo echan todo». La tiene cuando hay medios que se ponen del lado de los que no salen en televisión. Y la tiene cuando nos atrevemos a escribir desde la cercanía y la humildad, sin adornos.
Porque, como dijo Antonio, el mensaje sigue teniendo fuerza. Y porque, como creemos en GraZie Magzine, lo importante sigue siendo lo importante.

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