Apocalypse Now

Por Ángel de Quinta

Me gusta el cine, ¿qué quieren que les diga? Lo amo, y de ninguna manera puedo evitar que se cuele en mi cabeza, en mi castigada retina, cada vez que veo…, cada vez que oigo… Cuando muchos empezamos a pensar seriamente que lo mejor sería ni ver ni oír, seguramente la opción más saludable. Página 1, párrafo 1 del manual de supervivencia del pobre ciudadano de a pie: no ver, no oír.

Apocalypse Now

Vivimos con el corazón encogido por lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Guerras invasoras en Gaza, Ucrania, desastres naturales, incendios arrasadores en Los Ángeles, y Valencia y los valencianos aún sobre nuestras espaldas y nuestro ánimo. Y digo todos porque, lo admitamos o no, estas situaciones nos minan la alegría, aunque nos neguemos a aceptarlo, aun cuando nos seguimos apoyando en la barra del bar como si tal cosa, yéndonos de puente o pidiendo media con jamón cuando vamos a desayunar una mañana cualquiera, como si nada hubiera pasado. Y claro que ha pasado, y pasa, dejando cada día un poquito más erosionado el pequeño núcleo semicircular del cerebro donde se encuentran las neuronas que contienen nuestra ilusión por vivir.

¿Es bueno residir en la consciencia plena de las cosas? Hoy no. Me refiero a ahora, mientras saco estas palabras adelante con ganas de bajarme una temporada de un mundo loco que nos amenaza todo el rato con lindezas de variado pelaje. Mejor meter la cabeza debajo de tierra, qué listo el avestruz, ese sí que sabe cómo tirar “palante” sin perecer en el intento. Como tan bien hace él, hay que apagar la tele, silenciar el móvil y no abrir, bajo ningún concepto, dispositivo alguno que nos sorprenda con el titular más rastrero imaginable, obra y gracia de esa panda de expertos en destacar la frase más canalla, la más impactante, esa ante la que no nos podemos resistir y nos empuja a entrar de lleno aceptando todas las cookies y tragándonos toda la mierda, la morralla diseñada escrupulosamente -pero sin escrúpulos de ningún tipo- para que no paremos de leer hasta el final y nos comamos la publi enterita, y si de paso nos suscribimos a la página en cuestión, mucho mejor. Así funciona, no hay quien lo remedie, y las verdades en letra pequeña gimiendo bajo los infundios a gran tamaño y a todo color. Vaya por delante que no reniego de los medios informáticos o digitales, ni de las redes sociales ni de la inteligencia artificial (a falta de una poquita de la “natural”) que, bien usadas, son herramientas necesarias en nuestros días. O igual no tanto, no sé, hoy, la verdad, es que no sé qué pensar. De casi nada. Por eso mejor me voy al cine.

Apocalypse Now

Y no al de las plataformas que vemos en casa mientras suena el teléfono, ponemos una lavadora o terminamos de preparar la cena; al cine, ese espacio oscuro de seguridad total en el que nada malo puede sucederte. Como el Tiffany´s de “Desayuno con diamantes”, donde aquella muchacha desvalida se refugiaba cuando la acechaba “un día rojo”. En las dos horas que tarda la película estás a salvo de todo, bueno, caso de que el fulano de la fila de delante no esté encendiendo su smartphone a cada rato, no vaya a ser que suceda algo irremediable mientras dure la proyección, un desastre que solo él pueda evitar contestando el maldito móvil. Días rojos, no se me ocurre mejor forma de describir los tiempos que vivimos, lástima que hoy no pongan esa película -lástima que hoy no hagan esas películas-, pero bueno, igual hay otra que me ayude a escapar lejísimos sin necesidad de moverme de la butaca. ¿Una de terror? ¿De suspense? ¿Una de catástrofes quizás?

El coloso en llamas (aún recuerdo cuando la vi en el cine de mi pueblo), Tiburón, Terremoto, La aventura del Poseidón… Perfectas para olvidarte de un disgusto y meterte de lleno en otro, pero en otro que dejará de afectarte en cuanto salgan los títulos de crédito finales. Tornado, Titanic, Lo imposible… ¿Hay algo mejor que reír en el cine? ¿Llorar en el cine? ¿Revolverte de angustia y apretar el brazo de tu acompañante hasta que lo retire de dolor?

Más que simplemente sentirlo, hoy diseñamos el placer, el confort, la seguridad blindada con sofisticadas alarmas y cámaras dispuestas por salones y dormitorios. Nuestros coches tienen carrocerías a prueba de bomba y nuestras cocinas se desactivan automáticamente en cuanto notan que están calentando algo que no deben. Y sin embargo somos más frágiles que nunca, si alguien pudiera explicármelo…

La guerra de los mundos, Contagio, Independence Day… todos huyendo de no se sabe qué, corriendo a buscar refugio donde sea, desorientados, desamparados, muchas veces sin hacer caso de las indicaciones del protagonista (¡para eso es el protagonista hombre!), el cura del Poseidón, por poner un ejemplo: ¡haced el favor de seguir al cura! ¿o no veis que es Gene Hackman? El héroe de mis películas de chaval encontrado muerto en su cama, junto a su esposa y su perro, otra noticia que nos acaba de sacudir. Y es que se nos mueren los héroes, amigos, y nos quedamos con los políticos groseros y abusones que vocean y apuntan con el dedo a falta de una mejor arma. Sí, nos quedamos con el malo de la película, a la espera de que aparezca el bueno, el que al final todo lo arregla.

Apocalypse Now

Casi todos estos filmes responden a un mismo esquema: nos muestran un escenario apacible, idílico, mientras nos van presentando a los personajes y sus circunstancias, así te vas encariñando con ellos, o también para que los vayas calando, porque siempre están los buenos y los malos, claro. El villano, qué sería del cine catastrofista sin un buen cabrón sin escrúpulos que, o bien niegue la ruina que está a punto de caer por culpa de su desmedida ambición, o se disponga a sacar tajada de la desgracia colectiva sin importarle un pimiento el sufrimiento de los prójimos. ¿Nos suena de algo?

Se parece mucho, pero no es igual. En la realidad, por desgracia, no todo es tan simple, creo yo. No siempre está tan claro quién es la víctima o el verdugo, el responsable y el irresponsable, el inconsciente, el desalmado o el inepto, y, de verdad, no sé quién es el más peligroso de todos estos prototipos. El cine imita a la vida, y la vida es bien generosa cuando se trata de ofrecer inspiración a los que quieren adentrarse en las cavernas de la debilidad humana. Lo malo es que la película acaba -The End- y vuelves a casa tan fresco, pero la vida no, o sí, de repente.

De repente el mundo da un vuelco y ya nada es lo que era, o peor aún, sigue siendo lo que siempre fue. En un minuto, en un segundo, “in ictu oculi” el problema de la hipoteca, del máster de tu hijo, del alquiler del mes, del novio que te ha dejado… en un segundo ya no te va a preocupar más. Cuesta decirlo, pero es perentorio tener esto en cuenta día y noche, no para vivir amedrentados, al contrario, para vivir sin tanto miedo a dejar de vivir, y, parece de cajón, aprender a exprimir cada instante de esa cosa tan rara llamada existencia.

Los últimos días de Pompeya, la vi de pequeño y recuerdo que me impresionó. Lo tranquilos que vivían aquellos romanos en sus cosas, ahí, matándose unos a otros -pero sin exagerar-, asaltando, violando, o torturando cristianos en el anfiteatro, y en lo mejor de la fiesta va ese maldito volcán y acaba con todo de un plumazo, o de un “llamaretazo”, mejor dicho. Pobres, si alguien les hubiera contado que veinte siglos después iban a servir de reclamo turístico… Me pregunto cómo gestionarían entonces la catástrofe ¿Quién se haría cargo de paliar sus terribles efectos? ¿Quién atendería a los pocos supervivientes, a los que se quedaron sin casas y sin nada? Y lo más importante, ¿a quién le echarían la culpa de todo? Porque de alguna manera eso nos ayuda a encajar el golpe, tener a alguien a tiro a quien poderle hacer responsable, culpable, condenable por permitir que suceda lo que -más vale que nos vayamos preparando- es muchas veces inevitable. Suerte que entonces los bulos corrían mucho más lentos, y las calumnias a golpe de tuit, y los linchamientos públicos sin juicio previo. Lo de contrastar información nos queda cada vez más lejano, encima cuando ya no leemos periódicos, cuando solo leemos frases sueltas, mensajes lapidarios que sacan muchas veces lo peor de nosotros mismos, bramando más por venganza que por justicia.

Moonfall, en la que el cielo, literalmente, cae sobre las cabezas de los humanos, o 2012, tremenda, el apocalipsis final de una tierra cansada de sus habitantes. Porque esa es otra, solo nos acordamos de cómo estamos castigando al planeta cuando él nos castiga a nosotros. Mientras luce el sol y se queda buena tarde, allá que vamos, a consumir como bellacos, a gastar, a contaminar, a ensuciar los mares y las arenas, a tirar el vasito del yogur al cubo de orgánicos, las toallitas higiénicas por el inodoro, a protestarle a la cajera por cobrarnos la bolsa de plástico, y las distopías -a falta de utopías- en las series y películas de las plataformas digitales pareciéndose cada vez más a la realidad, obviando lo que nos grita la ciencia, y metiéndonos a lo grande, y casi sin darnos cuenta, en la ciencia-ficción. Pero no tenemos remedio, seguimos acordándonos de Santa Bárbara solo cuando empieza a tronar, ya luego pasa la tormenta y volvemos a ser lo que somos.

Y somos generosos, y solidarios, y cercanos cuando tenemos que serlo, dejando a un lado lo que pensemos del vecino, de los colores que gasta y del pelaje que lleva, arremangándonos a ayudar, a sacar fango de su puerta sin importarnos que hace una semana no nos diera los buenos días ni recogiera la caca del chucho. Ese es el pueblo, el que es capaz de dejarlo todo a un lado y sentir como suyo lo que le pasa al otro, y la juventud, tantas veces denostada por los que pensamos que nosotros éramos mucho mejores, míralos, recorriéndose España de punta a cabo para estar ahí, para echar una mano, unos brazos, un abrazo. Apostados en la puerta del súper haciendo acopio de víveres para mandarlos donde hagan falta, tragándose la rabia de saber que están haciendo, con su trabajo de hormiguita, mucho más que los que deberían perder el sueño por no haber sido capaces de paliar como Dios manda el antes o el después del desastre. Y los inmigrantes que vienen de la gran puñeta para sacar cuello como puedan, de lugares en los que hay terremotos, o incendios, o danas día sí y día también, los que hemos visto hasta las cachas de barro aprovechando que en esos momentos nadie iba a querer echarlos de aquí. Estas son las cosas que nos reconcilian con la vida, nos dan esperanza y ayudan a espantar las nubes negras del bajío apocalíptico que nos envuelve.

Apocalypse Now

Y el cine, claro, ese refugio en el que nos sentimos seguros mientras fuera se abre el cielo, se estrellan los aviones (Aeropuerto, otra de las grandes) o estallan los volcanes. El lugar perfecto para esperar, mientras vemos cómo todo se derrumba en la pantalla, a que fuera por fin escampe.

#SiempeGraZie


 

Sobre la autoría

Ángel De Quinta
Escritor y Profesor de Historia | Web

Ángel de Quinta sueña con ser escritor, pero mientras eso llega…escribe. Y enseña cursos de humanidades a alumnos norteamericanos en la Universidad de Sevilla (Historia Cultural de España, Arte y Cultura en al-Andalus, Novela y Cine…). Es autor del libro de texto “Lecciones de Cultura y Civilización Española” (Ed. Diada, 2013), y como apasionado de las artes escénicas y en especial del teatro musical, publica periódicamente en su blog “Stage door” (angel-stagedoor.blogspot.com) para no alejarse demasiado de sus adoradas calles de Broadway. En los últimos años ha colaborado en diversas publicaciones con reseñas, críticas teatrales o artículos de diversa índole como la revista “Pop up teatro” o el blog literario “Editorial Acto Primero” (editorialactoprimero.com/blog/)

Escribir es recordar lo que nunca pasó, ojalá lo hubiera dicho yo pero ya lo hizo Siri Hustvedt, que me cogió la delantera. Traer de los desvanes de la memoria lo que se soñó y no se hizo, las vidas que se imaginaron y no se vivieron, o las que están por llegar sin aún intuirlo. Lo que no comprendo lo escribo, eso sí es mío –creo yo- y tal vez el motor principal que me impulsa a pelearme con el blanco pérfido e inmaculado del papel o de la pantalla. A ver quién gana hoy.
Si te ayudo a recordar lo que nunca existió o a comprender lo que no entiendes con mis humildes escritos, es gracias a GraZie Magazine y a la bondad de quienes la inventaron como un arma de construcción masiva, gracias a ellos y a ti por regalarme tiempo y atención. Siempre GraZie.

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