EL TURISMO ES UN GRAN INVENTO

por Ángel de Quinta | Viajes

El Turismo es un Gran Invento

Por Ángel de Quinta

Cuando acabamos de celebrar quinientos años de una primera vuelta al planeta que duró mucho más de ochenta días, y de superar (al parecer) la crisis sanitaria global, me paro un momento a pensar en el Colón, el Magallanes o el Willy Fog que todos llevamos dentro y en cómo, en los últimos tiempos, conocer mundo se ha convertido en una necesidad de primer orden. Y en los efectos que esa pulsión colectiva está ocasionando en toda la tierra, o en la esquina de tu calle.

El Turismo es un Gran Invento

The tourist

Para empezar ¿qué es un turista? Un inquieto viajero que trata de saciar sus ansias de conocimiento desplazándose de un lugar a otro con devoción y respeto, con conciencia y sentido de la conservación del hito que está presenciando. Pero también el fulano en bermudas y chanclas que te cruzas por la catedral con un vaso de Starbucks en la mano y la audioguía colgada del cuello, sin prestar mucha atención a lo que cuenta la grabación ni al monumento en sí, ni siquiera al batido hipercalórico que se está zampando tan alegremente.

A estas dos personas, entre otras cosas, las separa el tiempo, aunque hay que reconocer que de la primera especie siguen quedando muchos, pero cada vez es más difícil distinguirlos entre la vorágine que inunda plazas y museos blandiendo palos de selfie cual espadas en una batalla, la del consumo fast cultural.

¿Pero desde cuándo nos movemos tanto? Tendríamos que irnos hasta el siglo XVII, cuando a lo que hoy llamamos Erasmus (no voy a entrar en variantes de este término) le llamaban Grand Tour, un viaje al que mandaban a los cachorros de la alta sociedad británica a desasnarse abandonando por un tiempo la comodidad de sus mansiones para embarcarse en una aventura de verdadero conocimiento. De ahí parece venir el término “Tour-ismo”, pero nada que ver. Hablamos de un tiempo en el que la élite se movía por motivos políticos o sociales, también de salud, desplazamientos a balnearios donde tomaban las aguas que les venían la mar de bien para su reúma aristocrático o su gota upper class. Poco más.

En el siglo XIX surge la figura del viajero romántico, también la del arqueólogo, el apasionado por explorar lugares ignotos escribiendo mucho sobre estos. Pintores y músicos en busca de inspiración, escritores en busca de historias, estudiosos, poetas cogiendo carretera y manta en un momento en el que, por muy alto que fuera tu standing, las incomodidades suponían un escollo disuasorio para muchos que nunca se atrevieron a dar el salto a lo desconocido, que entonces era casi todo.

Tirando de mi querida Wikipedia compruebo que la primera agencia de viajes fue inaugurada en Inglaterra en 1851, hablamos de la Thomas Cook & Son, sí sí, la misma que acaba de quebrar hace unos años dejando tirados a cerca de un millón de turistas con cara de póker  ante el mostrador de embarque. Pobres.

El turismo es un gran invento

El Turismo es un Gran Invento

Fue precisamente Cook la empresa creadora de uno de los inventos más rentables –y perversos- de la historia, el “paquete turístico”. Calcular un precio que incluya desplazamiento (tren o barco mayormente), alojamiento en villas u hoteles -otro concepto nacido en el XIX-, expertos guías que cuidan de que no mueras intoxicado por tragar este o aquel alimento o por meterte en un barrio poco recomendable. Ferias internacionales, exposiciones universales… entre finales del siglo XIX y principios del XX fueron muchas las urbes que se exhibieron en el gran escaparate que se les ofrecía cuando aún faltaba mucho para que apareciera el TripAdvisor en nuestras vidas. Sin ir más lejos, las Expos de Barcelona y Sevilla en 1929 se convirtieron en imanes gigantes de curiosos –la curiosidad, primer motor del turismo- que hasta ese momento no nos habían sabido situar en el mapa. Lástima que todos los proyectos de propagación de nuestros encantos cayeran en saco roto por culpa de la guerra, de las guerras, que la mundial también atrofió el hasta entonces lento crecimiento de la industria vacacional.

Pero en los años 50 y 60 parece que empezamos a perderle miedo a la inversión en ocio y descanso y de pronto nos dimos cuenta de que teníamos una gallina que ponía huevos dorados en forma de corporaciones hoteleras y tour operadores. Ahí comenzó otra guerra, una de las que más destrucción han causado de todas, la del desarrollismo despiadado que transformó huertas y caserones en grandes avenidas superpobladas de rascacielos –cristal y aluminio por un tubo-, y alfredos landas en bañador floreado embobándose con el calibre de las piernas que llegaban de allende los mares.

Y así fue como nació -y murió- Benidorm.

El viajar es un placer…

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Que nos puede suceder, y de hecho nos sucedió mucho desde aquel momento. Los papás ya tenían su Seíta o su R-12, y en el Un, dos, tres regalaban apartamentos en Torrevieja, Alicante cada semana. Sus amigos regresaban de Venecia y ellos, sus vecinos y los amigos de sus vecinos fueron al año siguiente o al otro, que había que verla antes de que el mar se la tragara para siempre, sin saber que eran ellos mismos los que estaban empezando a hundirla. Subir a la Torre Eiffel o retratarse ante la pirámide de Giza empezaba a no ser exclusivo del director del Banco Central, porque Pullmantur o Marsans se apresuraban a inventar ofertas para todos los públicos y bolsillos que en poco tiempo pusieron el turismo al alcance de cualquiera. Y de ahí al atasco que se produce a cada poco en la cima del Everest solo hubo un paso, eso sí, uno muy largo y cuesta arriba.

Londres, Roma o París pronto se nos quedaron chicos y se empezaron a abrir puertas al plus ultra mientras más ultra mejor, y Nueva York, Pekín o Bangkok se volvieron destinos superexóticos que ya no tendrías que ver más en las películas, porque no sería tan difícil plantarse allí y vivir la aventura, o la desventura, de tu vida. Porque, seamos sinceros, ¿nadie ha soñado con estar tumbado en su sofá mientras esperaba turno para entrar en el oscuro túnel del templo de Chichén Itzá? La clave es que te compensen las incomodidades del viaje (miedo a volar o a los asientos con 15 cm. para meter tus piernas hasta que lleguen entumecidas a su destino, comidas que no siempre sientan bien, moneda que no entiendes, lengua que no entiendes, direcciones que te confunden, colas interminables para lo que sea, muchedumbres de turistas que molestan igual que tú debes molestarlos a ellos porque eres uno más aunque no quieras darte cuenta…) y te merezca la pena el esfuerzo físico, mental y económico para hacer realidad tu sueño. Que es otra cosa que hacemos hoy todo el rato, convertir los sueños en realidad al precio que sea, y si no nos ponemos la mar de mustios.

“Como en su casa de uno no se está en ningún lado”, máxima de la abuela de servidor que siempre recuerdo en algún momento de cada uno de mis viajes –y, confieso, no son pocos- por mucho que esté disfrutando del destino en cuestión, cosa que suelo hacer.

El turista accidental

El Turismo es un Gran Invento

Hoy día estamos más preparados que nunca, también por eso viajamos más. Sabemos más idiomas, sabemos más de todo, o eso creemos. Así que tratamos de dejar lo menos posible al azar cuando nos ponemos a ello, consultamos foros y evaluaciones sobre el alojamiento y la comida del lugar al que nos encaminamos, sobre los museos, las tiendas, el ambiente de noche, las excursiones que podemos hacer en cada sitio y lo que han dicho de cada cosa los mil quinientos que lo han hecho antes que nosotros, queriendo, encima, tener la sensación de estar descubriendo algo, ¡hombre por dios! Porque tenemos terror a equivocarnos, a que un accidente del destino por pequeño que sea nos agüe la experiencia, y sobre todo a la frase que puede suponer la peor de las pesadillas de un turista bien planificado, ¿pero de verdad que no fuiste allí? Entonces te has perdido lo mejor.

Anaya Touring, Trotamundos, El País Visual, Lonely Planet, Civitatis… hoy día el que no se planifica al detalle es porque no quiere, y tras haber dejado este o aquel hotel, el apartamento o el restaurante en el que aún no has acabado de pagar ya te están pidiendo tu valoración para que otros puedan verla y continuar esta cadena sin fin. Y luego están los blogs, que no queda rincón del mundo conocido, barrio, playa, montaña o paraje por recóndito que sea sin ser reflejado por algún amable blogger que tenga a bien compartir su experiencia con todo quisque. Cientos de fotos, que además, como suelen estar súper tratadas, cuando por fin llegamos al destino esperado lo que encontramos no se parece mucho a lo que habíamos visto. En fin… Que no parezca que reniego de todo esto ¿eh?, si yo soy un usuario más, pero a veces se echa de menos que algo nos sorprenda cuando vamos por ahí.

Hacia rutas salvajes   

El Turismo es un Gran Invento

Antes hacía referencia a la aglomeración que se congrega en la cima del Everest con más frecuencia de la deseada. Concretamente recuerdo una foto que recorrió el mundo y que, la verdad, daba un poco de vergüenza ajena. Aparte del riesgo que supone para los turistas que no están preparados para una experiencia como esta –dos de ellos murieron ese mismo día-, el balance de escaladas al año pone los vellos de punta sobre todo por el impacto que tal explotación está causando en un lugar al que hace poco sólo accedía una cuarta parte de los que lo hacen ahora. Más de doscientas personas tratando de llegar al punto más alto del planeta como si en ello les fuera la vida, dejando restos de su paso, su basura, sus piedrecitas apiladas, su presencia intrusa en un lugar que hasta ayer permanecía virgen, o casi. Sherpas ganándose el pan arriesgando su pellejo mientras las grandes compañías convierten esta perversión en un rentable negocio. Pero igual pasa en el Amazonas, en el Perito Moreno o en el desierto de Gobi, reservas naturales que sufren del uso –y el abuso- indiscriminado de sus recursos, por ejemplo del agua necesaria para proveer a las corporaciones hoteleras que las invaden y a sus correspondientes campos de golf. Hay que darnos techo –y resort todo incluido- a los “aventureros” que nos negamos a irnos de este mundo sin conocerlo entero, o al menos sin haber estado allí, pero a ser posible con una pulserita que lo incluya todo. Para poder contarlo, para poder poner fotos en Facebook o Instagram a lo que dé -y vídeos chorras en TikTok- y mientras mayor sea el riesgo más nos luce la experiencia. A puntito estuvimos de matarnos… Por cierto ¿te has apuntado ya en la lista de espera del primer viaje interespacial?  Vas tarde.

La sonrisa de Mona Lisa

El Turismo es un Gran Invento

El verdadero misterio de su enigmática expresión es que lo flipa con los turistas apiñados frente a ella día tras día, metiendo codo por sacar una foto, qué digo una, quince o veinte, no vaya a ser que no salga bien. Los mira y piensa en lo que se ha convertido la humanidad, no se lo puede creer la pobre. Fotos en los museos, no entraré en este tema que tal vez requiera otro artículo, pero por el amor de dios, ¿es que nos hemos vuelto incapaces de contentarnos simplemente con mirar, admirar una obra de arte?

El turista urbanita, o sea yo mismo, rastrea calles y plazas con avidez, y en el mejor de los casos –el mío- disfruta del viaje sin dejar demasiado rastro de su incómoda presencia. Pero sin darnos cuenta todos estamos acabando poco a poco con la unicidad de cada espacio, asemejando una ciudad a otra, y la culpa no es nuestra, o no directamente, sino del feroz negocio en el que todo esto se ha convertido. La “parquetematización” urbana hace más fácil y accesible el disfrute del visitante estorbando la vida real del destino en cuestión, transformando los rincones más especiales en puntos cada vez más masificados y con menos personalidad. La tienda de ultramarinos de la esquina es ahora un DHL, el viejo bar donde tantas veces hemos tapeado es otro Starbuck, la galería de arte una consigna de maletas, aquella tienda de libros usados es, atención, ¡otra heladería!, porque no había suficientes, y mi panadería favorita otro Carrefour Express, para que puedas comprar lo que te haga falta un domingo por la noche. En la casa palacio de enfrente ahora hay un hotel, y allí enfrente otro, y otro más, y dentro de una de las torres más viejas de mi ciudad han puesto un Amorino, o ¿no vamos a tener derecho a comernos un gofre chorreando sirope en el interior de una barbacana almohade? Al centro de mi ciudad se lo están zampando como un burrito de Taco Bell, es un hecho.

Y ya si hablamos de la invasión incontrolada de apartamentos turísticos, uf, ahí sí que hay para otro artículo, no, para una tesis doctoral. Ese quítate tú pa ponerme yo que está dejando a los barrios sin sus vecinos, al paisaje sin paisanaje… Pero no podemos decir nada porque al final somos los primeros que hacemos uso de ellos cuando viajamos nosotros. Es como la queja de los excursionistas en la cima del Everest –y no miento- protestando enérgicamente por la muchedumbre que allí estaba congregada.

Trampa para turistas

El Turismo es un Gran Invento

La explotación de tu ciudad va sobre ruedas, es imparable. Coches de caballos, bicicletas turísticas, segways, patinetes eléctricos que encima no requieren aparcamiento porque toda la calle es su aparcamiento, y las más importantes, las ruedecillas de un millar de maletas trotando día y noche sobre los adoquines de tu callejuela, ya te han despertado otra vez.  Performers vestidos de Mozart frente a la casa donde nació Mozart, de Las Meninas en la puerta de El Prado o de romanos barrigones junto al Coliseo –a un euro por foto- y flamencas con batas de lunares taconeando sobre una tabla de madera lo mejor que pueden.

Entre todos la mataron y ella sola se murió, aunque nada muere de verdad, lo sé, todo se transforma, pero en otra cosa que ya no se parecerá mucho a lo que era. Si no que se lo digan a los venecianos que para llegar al trabajo tienen que ir empujando visitantes, quitándolos de en medio de su camino como los exploradores apartando ramaje en medio de la selva. Y eso sin hablar del turismo playero, ¿preguntamos a un lugareño, por ejemplo, de Magaluf a ver qué nos cuenta? O el de cruceros que inundan plazas y calles por tres o cuatro horas para dejarlo todo perdido y hala, a otro puerto. Luego está una fórmula algo más novedosa que me parece una de las más siniestras jamás inventadas, el “tanatoturismo” o turismo de duelo y muerte -¡toma ya!-  ¿qué me dices de las colas para hacerse selfies junto a la reja de Auschwitz o ante los escombros de Chernóbil? ¡That´s entertainment! Y los museos de la inquisición que han florecido como setas exponiendo copias herrumbrosas de máquinas de tortura medievales, un pelotazo entre la gente joven y no tan joven, por cierto. Hacer del sufrimiento de otros una diversión ¿no da todo esto mucho que pensar?

Igual que hay vecinos buenos y vecinos chungos -y si no vete a una reunión de comunidad- también hay turistas dignos como los hay canallas, claro, pero en las últimas décadas -y especialmente después de la maldita pandemia que nos ha inoculado el “ahora o nunca” no vaya a ser que nos encierren otra vez-  parece que la vulgarización del acto de viajar por placer se está convirtiendo en algo más dañino que beneficioso, sobre todo en la contaminación del aire, ahora propiedad de Ryanair, o de los mares patrimonio de Costa Cruceros. La basura de tanto combustible cambia el color del cielo y del agua, pero no importa, siempre podremos editar la foto y darle más luminosidad, mira qué bien ha quedado. Hoy por hoy el binomio turismo/negocio y sostenibilidad/conservación ya no es una opción de unos cuantos idealistas, es una necesidad y el único camino hacia un progreso que no se vuelva contra nosotros como ya lo está haciendo. Pero el trabajo empieza en la empresa que excava en aquella playa recóndita de las Maldivas y acaba contigo, conmigo, en la actitud con la que posamos nuestro pie sobre sus blancas arenas.

Tengo que confesarlo, mientras escribo sobre los peligros y las consecuencias del macro turismo globalizado tengo una ventana abierta con un ofertón tentador que te cagas de una semana en un hotelito de la Costa Esmeralda. Clima perfecto, aguas turquesas, calitas solitarias… (me creo yo que van a estar solitarias). ¿Ves? Ya estoy a punto de volver a caer en la trampa. Aunque pensándolo bien igual me quedo en casa, que ya lo decía mi abuela, como en su casa de uno…

#SiemprGraZie


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Sobre la autoría

Ángel De Quinta

Ángel de Quinta

Escritor y Profesor de Historia | Web

Ángel de Quinta sueña con ser escritor, pero mientras eso llega…escribe. Y enseña cursos de humanidades a alumnos norteamericanos en la Universidad de Sevilla (Historia Cultural de España, Arte y Cultura en al-Andalus, Novela y Cine…). Es autor del libro de texto “Lecciones de Cultura y Civilización Española” (Ed. Diada, 2013), y como apasionado de las artes escénicas y en especial del teatro musical, publica periódicamente en su blog “Stage door” (angel-stagedoor.blogspot.com) para no alejarse demasiado de sus adoradas calles de Broadway. En los últimos años ha colaborado en diversas publicaciones con reseñas, críticas teatrales o artículos de diversa índole como la revista “Pop up teatro” o el blog literario “Editorial Acto Primero” (editorialactoprimero.com/blog/)

Escribir es recordar lo que nunca pasó, ojalá lo hubiera dicho yo pero ya lo hizo Siri Hustvedt, que me cogió la delantera. Traer de los desvanes de la memoria lo que se soñó y no se hizo, las vidas que se imaginaron y no se vivieron, o las que están por llegar sin aún intuirlo. Lo que no comprendo lo escribo, eso sí es mío –creo yo- y tal vez el motor principal que me impulsa a pelearme con el blanco pérfido e inmaculado del papel o de la pantalla. A ver quién gana hoy.
Si te ayudo a recordar lo que nunca existió o a comprender lo que no entiendes con mis humildes escritos, es gracias a GraZie Magazine y a la bondad de quienes la inventaron como un arma de construcción masiva, gracias a ellos y a ti por regalarme tiempo y atención. Siempre GraZie.

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