Como dirían los más supersticiosos, ¡ya no estamos en año bisiesto!, la pandemia, a pesar del último y dramático rebrote que padecemos, parece más controlable con la llegada de la vacuna, y la principal preocupación en estos momentos no puede ser otra que restablecer la normalidad. Sin embargo, las vivencias que hemos tenido en estos meses pasados, de aislamiento, destrucción de empleo, teletrabajo, miedos y, sobre todo, incompetencias, manipulaciones y mentiras cotidianas por parte de nuestros responsables políticos, sin contar las desgracias de muerte de familiares y amigos, hará que no sea fácil la recuperación de la normalidad. Algo ha cambiado, y tenemos que asumirlo como una realidad, poniendo todo nuestro esfuerzo para evitar daños mayores no contemplados en este momento.
Para restablecer la normalidad es fundamental conocer nuestra situación, hacer buen uso del lenguaje y, sobre todo, admitir que estamos en un mundo intercomunicado y tecnológicamente avanzado, donde cada grupo y cada individuo defenderá, no solo sus ideas, sino que intentará conseguir beneficio de sus actos. Permitidme que para favorecer la lectura de lo que quiero expresar parta de las definiciones de semántica y solipsismo.
La semántica no es otra cosa que la parte de la lingüística que estudia el significado de las palabras. Podría tener algunas otras consideraciones relacionadas con la filosofía lógica y sus interpretaciones, pero que no tomaré en consideración en este caso. Solipsismo, sin embargo, es una doctrina filosófica idealista en la que el sujeto no puede afirmar ninguna existencia excepto la suya propia, como percepción o representación de su conciencia. Hay otra consideración sociológica del solipsismo que también quiero tener presente, solipsismo es el estado mental de la persona que se encierra en sí misma y rehúye toda influencia exterior.
Estas palabras definidas en el mundo actual, después de esta introducción obligada por la situación que nos está tocando vivir, puede dar lugar a varias reflexiones, y así lo voy a intentar.
Sabemos que la filosofía transcendental clásica de la ciencia, que partía del individualismo metódico, se convirtió en una filosofía transcendental del lenguaje, reconociendo el carácter dialógico y comunicativo de la razón. Esta razón comunicativa asume en estos momentos la tarea de fundamentar una ética racional que nos permita pensar, evaluar y actuar de acuerdo a ciertos principios de oportunidad y consistencia para satisfacer algún objetivo o finalidad.
Según mi criterio, un objetivo importante que tiene la humanidad es establecer criterios universales que sirvan para clarificar la actuación de cada individuo en su medio natural, su aportación a la sociedad y, sobre todo, no permitir o, eludir, las recomendaciones siempre interesadas desde instituciones políticas, sociales, económicas o de cualquier otra índole y condición. Estos criterios o verdades universales son necesarios y, solo se conseguirán si hacemos uso de las ciencias del espíritu, pues son las que permiten al ser humano conocerse mejor. Wilhelm Dilthey incluía en estas ciencias del espíritu la historia, la política, la jurisprudencia, la teología, la literatura y el arte. El estudio de estas ciencias del espíritu nos proporcionará las verdades a través de nuestras vivencias, comprendiendo nuestro papel y proporcionando nuestra representación de forma adecuada.
Siglos atrás, filósofos como Giambattista Vico, Hegel y Dilthey, entre otros, consideraban que el sujeto solo se ocupaba de sí mismo. Si esto es así, ¿por qué no somos capaces, al menos los más capacitados, de pensar, creer y comprender? No es fácil conseguir una respuesta adecuada a esta pregunta, si bien intentaré hacer algunas aportaciones.
Nuestro mundo está lleno de estadísticas, pero sabemos que no corresponden a una ciencia estadística de la conducta humana, sino que se utilizan, como ya citaba anteriormente, para beneficio de organizaciones y personas. Este mundo actual también está muy interesado en motivar a los individuos, pero las teorías objetivas de la motivación tampoco son el inicio de una ciencia analítico-causal de carácter nomotético (forma de conocimiento que busca el establecimiento de leyes), ya que esta ciencia ha sido históricamente neutral con la conducta humana. Sin embargo, sí es una ciencia que colabora y está al servicio para intentar conocer al hombre, incluso mejor de lo que se comprende cada uno a sí mismo. Además de todo lo expuesto, también sabemos que con las ciencias citadas no se favorece el dialogo, sino que se trata de asegurar, cuando no de aumentar, el dominio del hombre sobre el hombre.
¿Qué deberíamos hacer entonces para favorecer el dialogo? Desde mi punto de vista, lo primero que debemos hacer es conocer si cada uno de nosotros seguimos o no seguimos una regla determinada de conducta. Y si seguimos una determinada conducta, es preciso conocer si tiene sentido dicha conducta, pudiendo afirmar que solo tendrá sentido si está basada en hechos, es decir, si es una conducta fáctica. Pero además de la conducta, podemos añadir que, siempre, el conocimiento representa, por el hecho de tenerlo, una gran ayuda para la comprensión de unos con otros, eso sí, bajo un determinado contexto social.
Siendo de gran transcendencia lo anteriormente dicho, en el dialogo directo es necesario la objetivación crítica de la forma de vida práctica del otro. Esta objetivación es fundamental para comprender, con este distanciamiento, el auténtico significado de las palabras. El gran filósofo Karl-Otto Apel haciendo referencia a este asunto sentenciaba: “El materialismo dialectico se venga de que el marxismo haya obstaculizado el momento materialista de la praxis y no haya mantenido su referencia al conocimiento antropológico de la reflexión de la conciencia”. En definitiva, una interpretación sustancial del mundo como situación histórica tiene que estar mediada por la reflexión de la conciencia y, además, conocer que la conciencia reflexiva del hombre sólo adquiere contenido en la medida en que se ve afectada por el contacto material del hombre en el mundo
El lenguaje del dialogo y, también el de la dialéctica, no solo es mediación práctica y corporal del pensamiento, sino que sus componentes
semánticos estarán influenciados
por la conducta de los grupos sociales, vinculando de esta manera el juego lingüístico que se desarrolla en la práctica de la vida, como muy bien defendió Ludwig Wittgenstein. Resumiendo, podemos decir que nuestra vida cotidiana, si no está dominada por los instintos, ha de estar iluminada por la conciencia.
Llegado a este punto, es posible que muchos de los lectores no encuentren una gran correlación de estas líneas con su caminar diario, sobre todo si están interesados en adivinar el futuro que nos espera a través de las redes sociales, la digitalización, la inteligencia artificial o la política actual. A dicha política solo parece interesarle la situación personal de sus dirigentes, aunque para ello sea necesario el control sobre los ciudadanos, muchas veces sin conocimiento, siguiendo un poder establecido por una tecnología sin ética y, aún peor, sin límites.
Históricamente siempre hubo inventos que crearon preocupación y dudas a los ciudadanos. Algunos de estos inventos, fueron utilizados para actos no previstos inicialmente e, incluso, esa mala utilización supuso efectos dramáticos para la humanidad. Actualmente, el mundo tecnológico que nos desborda ha de encontrar el camino adecuado para evitar el caos y que los automatismos no reemplacen a la mente humana. Regulemos con antelación y con precisión estas tecnologías que normalmente imponen sus condiciones antes de ver las consecuencias. Consigamos que, efectivamente, estén para favorecer la vida de las personas, que esa influencia persuasiva utilizada para conseguir beneficio de los ciudadanos no limite nuestra libertad, y que se fomente el humanismo por encima de cualquier otra consideración. De esta manera cumpliríamos lo que el gran Protágoras manifestó en el siglo IV a.C: “ el hombre es la medida de todas las cosas”.
“el hombre es la medida de todas las cosas”.
Pedro Rodríguez Castañeda
#SiempreGraZie
Sobre la autoría
D. Pedro Rodríguez Castañeda
Licenciado en Ciencias Químicas, especialidad Industrial, en la Universidad de Valladolid.
Máster en Dirección y Administración de empresas, por ESDEN. Máster en Formación para directivos Gustav Kaeser y Máster en estudios avanzados de Filosofía, por la Universidad Complutense de Madrid.
Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
Resaltar, además de la formación, los trabajos realizados: dos años en la Universidad de Valladolid en la catedra de Química Orgánica, realizando la TESIS doctoral. Tres años como jefe de Laboratorio en Sociedad General Azucarera (SGA) y varios años trabajando con diferentes multinacionales del sector médico. Esta formación y experiencia me llevó a constituir mi propia empresa, PAIPEISA, S.A, a la que he dedicado más de tres décadas y donde he conseguido mucho más de lo esperado.